Con el libro Diseminaciones de Calvert Casey, Jamila M. Ríos acaba de recibir, de manera oficial en la XXI Feria Internacional del Libro, el Premio Alejo Carpentier en la categoría de ensayo. Así, la joven holguinera ha encontrado la posibilidad de dar a conocer la figura del importante escritor, entre los olvidados de la literatura cubana, en toda su magnitud.
Hubo algunos intentos anteriores para recordar a Calvert Casey. La misma Jamila ya había publicado algunos textos sobre él en revistas como Dédalo, La Siempreviva, La Gaceta de Cuba, mientras Antón Arrufat había concedido una entrevista para desempolvar aquellos recuerdos, de cuando coincidieron en Lunes de Revolución.
Después de dedicarme el libro Huecos de araña (Ediciones Unión, 2009), la conversación entre nosotros comenzó a fluir como el agua.
—¿Cómo llegas a Calvert Casey?
—Cuando me dijeron que una de mis narraciones tenía cierta similitud con su escritura. Más tarde, lo leí; me parecieron muy interesantes su narrativa, poemas, ensayos. Me atrajo su literatura en gran parte porque era transgenérica. Cuando uno lee poemas como En San Isidro o Meditación en Caballería, tiene la sensación de estar frente a un cuento. Sus novelas a veces son calificadas como noveletas. Y ante sus ensayos, a veces uno se pregunta si se trata de un artículo, o si su modo de hacer crítica era ya posmoderno, poscrítico avant garde.
—¿Cuáles son las principales singularidades que motivaron tu interés por su figura?
—Además de ese carácter transgenérico, que fuera un suicida. Que haya elegido vivir en Cuba, pero que, en realidad, vivió desarraigándose de Cuba, con no poco de dolor. Porque eso de elegir una ciudad para ti y luego desmarcarte de ella, si es necesario, ha de ser (y fue para él) muy duro.
«También era bilingüe y ello le otorgaba dos visiones de la realidad. No es lo mismo pensar desde el inglés que desde el español. Como si fuera poco traducía del francés, e incluso, en la última etapa de su vida, aprendió un poco de italiano. Todas esas singularidades confluyeron en Calvert Casey. Él resultó una figura clave de los 60, aunque preterida luego.
«Los motivos de mi interés fueron múltiples: un escritor olvidado (murió fuera de Cuba), cuya obra no se ha estudiado a fondo tampoco en el extranjero. En su caso, como en el de otros, queda un indudable vacío dentro de la literatura cubana, que me parece imprescindible abordar, más cuando tampoco aparece en el Diccionario de la Literatura Cubana.
«En la literatura de los 60 hay distintas tendencias que él abordó; porque fue un realista, pero también hizo literatura fantástica. Asimismo, en su ensayística tocó temas que me interesan: la pornografía, la identidad latinoamericana, la relación literatura-vida. Es también una figura sugestiva respecto al tratamiento de la Historia: él revisitó el siglo XIX, pero desde la arista de los olvidados —él, quien resultó ser después uno—. Por demás, trabajó bastante el tema de la muerte, que atraviesa mi poesía...».
—La única publicación con la que cuenta fue responsabilidad de Ediciones R.
—En 1962 se dieron a conocer en esa editorial los cuentos recogidos en El regreso; y en 1963 se reeditaron. Pero en Ediciones R él publicó, además, Memorias de una isla(1964), sus ensayos. Esos fueron los únicos libros que vieron la luz en Cuba. Después, por la época en la que se marcha, en Italia sale nuevamente El regreso, como Il ritorno(1966), donde incluyeron otros cuentos. En España sucedió lo mismo con El regreso y otros relatos (1967), gracias a la editorial Seix Barral, que más tarde presentó una noveleta suya, Notas de un simulador (1969).
—Con el libro Diseminaciones de Calvert Casey cierras el ciclo iniciado con tu investigación académica. Como tú misma has dicho: una especie de «fantasma» que te persigue. ¿Qué otra mirada puedes incluir en el estudio de esta figura que abra nuevas posibilidades a futuros acercamientos?
—Ya he trabajado a Calvert Casey en relación con otros escritores. Él tenía una obsesión con Martí. Sobre eso he escrito aunque no está incluido en el libro. También he explorado su vínculo con Aimé Césaire, que tiene que ver con la cuestión surrealista, con la literatura decadentista; y que, a su vez, tiene que ver con la pulsión de esas personas que, viviendo en una isla, se exilian o salen de ella, y a su regreso tratan de comulgar con esa isla, de matrimoniarse con ella, escribiendo ese tipo de literatura tan singular, que me interesa explorar en el Caribe. Eso me encantaría estudiarlo...
—Recientemente publicaste un texto en La Gaceta sobre la actual joven poesía en Cuba... ¿Podrías caracterizárnosla?
—Por un lado, hay muchas conexiones con los poetas de los 90 del pasado siglo, porque no hay grupos, líderes, manifiestos..., elementos que se suelen enunciar como indispensables en la conformación de las generaciones. La caracterización de esa «joven poesía» es algo que debería hacerse de acuerdo con sus tendencias (como en la teoría que propone Jesús David Curbelo para estudiar toda la poesía cubana). Creo que hay que tener en cuenta las diferentes estéticas que esa «joven poesía» visita y las múltiples regularidades que se advierten al recorrer su corpus; pero igualmente he querido destacar que uno de esos autores puede participar, a su vez, de varios de los rasgos que he esbozado en una primera aproximación al tema (sin que haya podido abarcar, por supuesto, todos los textos que esa «generación cero» ha publicado).
«En cuanto a la labor de esos poetas, hay que señalar su relación con toda la poesía cubana anterior, dado que sus temas abarcan el diálogo con Dios y con la filosofía, así como con la literatura de todas las épocas... Existe algo que he llamado “fabulismo”, y que he detectado en textos donde la voz del poeta se conecta con la de diferentes seres: animales y a veces también figuras de la cultura griega o latina; así, a partir del dibujo de ese personaje y del diálogo o monólogo que se teje a través de él, el autor busca expresar todo o buena parte de lo que quiere decirle a la realidad. Eso es algo que ya se había hecho en Cuba: en los 60 se vio en la narrativa, en Ediciones El Puente con Ana María Simo, en los textos de Rogelio Llópiz; y ahora en la poesía lo he apreciado en unos cuantos autores, en connivencia con lo que he llamado “zoolecto”. Sin embargo, de ruptura como tal, no distingo un rasgo que caracterice de forma totalizadora la creación de muchos de estos autores.
«Sí existe una tendencia transgénerica. Hay poemas que parecen minicuentos (Legna Rodríguez), hay poemas que son escritos como viñetas (Gelsys García Lorenzo), hay un diálogo interesante con la filosofía marxista, aunque no se declara a simple vista; hay autores como Marcelo Morales, que lo hacen… Por otro lado, Legna es muy lúdica. Hay una ironía fuerte en esta “generación”; también en Karel Bofill, en Oscar Cruz, por poner otros ejemplos. Aunque creo que ni lo uno ni lo otro es exclusivo de esta “joven poesía”».
—¿Algún otro proyecto?
—Quisiera trabajar la literatura de los cubanos en el exterior, en la que existen muchas vetas que desconozco. Y me atrae escribir sobre poesía cubana en general. Me llama mucho la atención la obra de Nara Mansur. Ahora, por ejemplo, hago mi tesis de maestría, donde me ocupo de delimitar algunas de las frases y palabras que la Revolución, como movimiento social, ha creado para nombrar su realidad, y de cómo esa autora las incluye en su poesía y en su teatro y, a partir de ahí, las resemantiza. Me provocan también otros autores: Marcelo Morales, Fabián Suárez, Legna Rodríguez; quizá también Oscar Cruz, Omar Pérez. Esos son autores de los que quiero ocuparme en tal aspecto, y también quiero centrarme en otros: los llamados «neobarrocos», que están llenos de referencias, cuyos textos son difíciles de entender. Pienso en Pedro Llanes, Carlos Augusto Alfonso, Jesús David Curbelo, Víctor Fowler, Roberto Méndez… Respecto a tales autores me gustaría plantear un método de lectura para que, aun sin conocer todas esas referencias, uno pueda atravesar su obra y pueda comprenderla y dialogar con ella, incorporarla, disfrutarla...
—El Premio Alejo Carpentier, ¿crees que valide de alguna manera tu recorrido a partir de este momento?
—La parte buena es que el libro lo tenía sobre mis hombros, y la posibilidad de ganar el Carpentier me permitirá publicar el texto íntegro. Pues entre las posibilidades que valoré estuvo enviarlo a una editorial y esperar en los grandes colchones de originales... Obtener el Carpentier también es la entrada de Calvert Casey por la puerta ancha. Creo que el premio es muy bueno para el libro, para Casey fundamentalmente.
—Pero también tendrá a largo, mediano o corto plazo su efecto negativo ¿cuál crees que sea?
—Esto también es malo para él; porque, casi inevitablemente la valoración de mi ensayística se podría sumar a la estela de Calvert Casey; y mi interés, en realidad, es llamar la atención sobre él: que se lea sobre Calvert Casey, que se (re)lea su obra —esa que espero que sea reeditada y publicada pronto en la Isla…
«Considero que es bueno que haya una investigación sobre este notable intelectual a la que puedan acudir las personas interesadas en leerlo, en estudiarlo en su contexto (el libro contiene amplia bibliografía y muchas notas: es muy acucioso). El premio también brinda la posibilidad de no reducir las notas ni las páginas, porque yo quería que se viera todo (o casi todo) Casey, aunque el libro fuera voluminoso; y así y todo, quedaron aún vetas suyas que abordar —como casi toda su crítica de teatro y sus traducciones.
«Muchos consideran un buen augurio el hecho de que el premio lo haya vuelto a obtener alguien joven, ya lo consiguieron Duanel Díaz (Mañach o la República, 2003), Abel González Melo (Festín de los patíbulos, 2009) y David Leyva (Virgilio Piñera o la libertad de lo grotesco, 2010), quienes de alguna manera abrieron las puertas para que Calvert Casey pudiera ser reconsiderado a través de este libro. La concreción del premio es acaso otro incentivo para que los más jóvenes se arriesguen y expongan sus ensayos a trances como este...».