PORTADA DEL LIBRO "CARTAS A TOUTOUCHE" |
«PERDÓNAME, por esta vez, de escribirte en castellano. Tengo la sensación de que este idioma resulta menos íntimo y afectuoso entre nosotros, ya que no fue el primer idioma que hablamos, pero, para mí, cada lengua se amolda a cierta curva de ideas y veo mejor las cosas que te voy a decir en castellano».
De esa manera se comunicaba Alejo Carpentier con su madre Lina Valmont, Ekaterina Vladímirovna Blagoobrázova (1884-1964), mediante misivas como esta que ahora recoge el volumen Cartas a Toutouche, donde se revela al hijo que fue ese genio universal. LasCartas a Toutouche fueron escritas entre 1928 y 1937, años durante los que permaneció estudiando en la capital francesa el que sería después el primer Premio Cervantes «entregado a un escritor cubano, justo en 1977, solo un año después de instituirse este galardón.
El criterio seguido por Rafael Rodríguez Beltrán, el traductor de muchos de los documentos ahora publicados dentro de la papelería del autor, y de la Doctora Graziella Pogolotti, presidenta de la Fundación que lleva el nombre del creador de la novela El siglo de las luces, responde al creciente interés de estudiar los epistolarios de muchos de nuestros escritores como una vía para el conocimiento de otras facetas de los mismos.
En el libro se agrupan un total de 138 cartas, postales y otros documentos que enviara Carpentier durante su primera estancia en París. Cuenta la ensayista Pogolotti que esta correspondencia, escalonada a lo largo de siete años, fue conservada por la destinataria, y viajó con ella a París. «Años después de la muerte de su autor, las cartas regresaron a La Habana, junto a otros documentos conservados en una maleta».
En algunas de ellas se escucha la voz del novelista ante la espera y la separación de la madre, los avatares cotidianos, la fragua de una personalidad intelectual al nivel de este autor.
Cartas... ofrece un testimonio parcial del proceso de formación del joven Carpentier durante su decisiva estancia en París y revela aspectos íntimos del desarrollo de su personalidad.
En el prólogo, Graziella Pogolotti reconoce al autor de El reino de este mundo y La consagración de la primavera como alguien muy familiarizado con las dos culturas y las dos lenguas, y al libro como ese texto que muestra, «junto al Carpentier de andar por casa, un atisbo de época y datos de indiscutible valor para el estudio de su proceso creador y de los vasos comunicantes entre vida y obra».
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